«Jesús se contenta con un pobre animal, por trono», son palabras suyas. «No sé a vosotros; pero a mí no me humilla reconocerme, a los ojos del Señor, como jumento».
Y dirigiéndose al Señor decía repitiendo palabras de un salmo: «como un borriquito soy yo delante de ti; pero estaré siempre a tu lado, porque tú me has tomado de tu diestra, tú me llevas por el ronzal».
«Pensad, seguía diciendo san Josemaría, en las características de un asno, ahora que van quedando tan pocos. No en el burro viejo y terco, rencoroso, que se venga con una coz traicionera, sino en el pollino joven: las orejas estiradas como antenas, austero en la comida, duro en el trabajo, con el trote decidido y alegre. »Hay cientos de animales más hermosos, más hábiles y más crueles. Pero Cristo se fijó en él, para presentarse como rey ante el pueblo que lo aclamaba. »Porque Jesús no sabe qué hacer con la astucia calculadora, con la crueldad de corazones fríos, con la hermosura vistosa pero hueca. »Nuestro Señor estima la alegría de un corazón mozo, el paso sencillo, la voz sin falsete, los ojos limpios, el oído atento a su palabra de cariño. Así reina en el alma».
Así nos quiere el Señor. Que le llevemos por los caminos del mundo, aunque alguna vez nos tiren una piedra o ni nos miren. Que seamos portadores de Jesús. Lo mismo que el Hobbit portador del Anillo.
Por eso hay quienes llaman a este Domingo, Domingo de burros, porque ese día fue el más importante de su vida. Cuando llevó a Jesús montado por el camino, recibiendo aclamaciones. Aunque sabía que no eran para él, pero a nadie le amarga un dulce.
Te leo un poema dedicado al burro:
Con cabeza de monstruo y con las alas
(G. K. CHESTERTON, The donkey)
Pues algo así de celebrada será nuestra entrada en la eternidad, por haber llevado en esta vida a nuestro Señor por los caminos de este mundo.